Este artículo lo escribí hace ya unos días y el título realmente es raro. El hecho de escribirlo también me sirvió para recordar que tengo que modificar el currículum, ya que olvidé cosas, como que montamos una granja de caracoles.
Después de esta interesante experiencia (la de montar una “ciudad” de caracoles) me apetece manifestar que los caracoles son sabios, y es porque, entre otras muchas virtudes que no mencionaremos de momento para no extendernos, porque aciertan siempre con extrema exactitud cuándo y cuanto va a llover. Ah!, os aseguro que esto sí que es cuántico.
Pues sí, son sabios, y muy sensibles, sufren la presión psicológica cuando en un determinado espacio hay un exceso de población (llegan a morirse de depresión). También sufren estrés y partos psicológicos. Es curioso que sepamos tan poco de ellos, cuando ellos saben mucho más que nosotros de materias como por ejemplo de la previsión meteorológica. Y más en su favor, ya que no utilizan pluviómetros, sensores, teléfonos móviles, ni ven la tele, ni consultan los medios de comunicación.
Montar una granja de caracoles es algo interesantísimo y apasionante porque aprendes mucho de estos peculiares seres que no les afectan las hipotecas ni la burbuja inmobiliaria, ya que la casa la llevan encima. Los caracoles, para mejorar la casa, para hacerla más sólida, tan solo tienen que ajustar la dieta haciéndola más rica en calcio, sobretodo el primer año, en la época del crecimiento (no van al dietista, ellos no lo necesitan).
Para hacer cría de caracoles es aconsejable organizar diferentes espacios: uno para provocar los partos (o sea con un ambiente donde el sexo pueda aflorar en ambas direcciones, doblemente, porque son hermafroditas), otro para que nazcan los bebés de forma confortable y con suficiente espacio, otro para el crecimiento y otro para poder investigar aspectos como qué ambientes les gustan y les favorecen, que dieta es la más apropiada en función de la edad, que composición de tierra (minerales, acidez…) es más favorable para su desarrollo de adultos, etc.
Estos hermafroditas se aparejan de forma muy libre y divertida: se lanzan dardos. El que en un momento determinado “su testosterona” le presiona para convertirse en varón, lanza un dardo a un compañero (todos los compañeros son también compañeras). Si al receptor del dardo le apetece hacer de hembra, ser fecundado-fecundada y parir, acepta el compromiso. Se aparean, al poco tiempo se entierra (ojo con la tierra ya que le ha de gustar el grado de humedad, etc.) y pone en una primera ovada unos 110 huevos. Si se anima a hacer una segunda, pone unos 90-95 y si es capaz de continuar con una tercera, unos 80.
Según el espacio, el tiempo y la suerte podrían aparecer un máximo de 300 nuevos caracolillos, o 100, o 5…, o ninguno. Dependerá de muchos factores, uno de ellos son los depredadores, ya que solo que entre un ratón en el recinto, teniendo en cuenta que los huevos son un suculento caviar, pueden desaparecer todos los huevos.
De todas maneras, si se les pone música cuando las madres crían, nacerán más caracolillos y el ratón pillará un empache un poco antes, con lo que hay más posibilidades que sobreviva alguno.
Pero, ¿qué tienen que ver los caracoles con el tiempo?, pues muchísimo. Todo en su vida se desarrolla en función del tiempo. Por ejemplo, solo salen a pasear, a comer y a relacionarse cuando ha llovido, para poder ovar la tierra tiene que estar un poco blanda, húmeda, etc. Cuando llega el frío invierno operculan (se esconden en su casita), y si permanecen 5 o 6 meses operculados mejor, parece ser que les va bien descansar largas temporadas.
O sea que los ciclos de verano, invierno, la lluvia, el sol, el frío, etc., todo les afecta y condiciona.
Por ese motivo necesitan imprescindiblemente, para sobrevivir, conocer exactamente el tiempo y la previsiones, deben “acertar” en las previsiones con extrema exactitud, les va la vida.
Esta reflexión, que es evidente, la hicimos después de constatar que había días que los caracoles corrían por el suelo tranquilamente.
En otros momentos los encontrábamos subidos a las paredes a una altura de unos 20 cm, y coincidía que esos días siempre llovía un poco. Observamos que los caracoles se adelantaban a los acontecimientos, o sea, se subían por la pared con el tiempo suficiente y esperaban que se pusiera a llover.
En alguna ocasión los encontrábamos a 1 metro de altura. Cuando esto sucedía siempre llovía mucho, y la lluvia nunca los pillaba desprevenidos.
Recuerdo perfectamente que en una ocasión los caracoles estaban en el techo de la instalación, arriba del todo. No entendimos nada, ya que en ese momento el tiempo era bueno, hacía sol. Al cabo de unas horas diluvió. Creo que nunca había visto llover tanto.
Ahora me pregunto…, si los caracoles predicen siempre con absoluta exactitud el tiempo…, ¿por qué los científicos no intentar descubrir cómo lo hacen? Porque la opción tener todo el mundo caracoles en casa, para saber si debemos coger el paraguas, resultaría un poco complicada y molesta, tanto para las personas como para los propios caracoles (no olvidemos que son muy sensibles y enseguida se deprimen).
La parte científica de este artículo consistiría en saber cómo se lo hacen, de donde y como les llega la información. Aquí es cuando diríamos que quien “se chiva,” quien les informa son los árboles, las plantas, las nubes, el viento, la presión atmosférica, los otros animales, etc.
Pues, ¿por qué no hacemos lo mismo?, si además los caracoles no son muy inteligentes, presumiblemente nos puede ser muy fácil averiguarlo. En nuestra modesta opinión, cuando dominemos la información cuántica, como ellos, sabremos el día que debemos coger el paraguas, con exquisita certeza.
Lo que decimos siempre, somos átomos, igual que los caracoles, los árboles, la humedad…, los átomos vibran, informan y todos informamos y recibimos información, tan solo nos hace falta ponernos a la altura de los caracoles en lo que se refiere a virtudes, cualidades y sensibilidad.